CUATRO PUNTOS CARDINALES
Julio Ortega
Raphael Díaz, Healy, Sejo y Manta, han hecho de la coincidencia en la pintura y la camaradería en Providence, Rhode Island, un arte colectivo cuyo lenguaje hispano es internacional. Díaz Cubano, Sejo de la República Dominicana, Healy
es chicano, y Manta es del Perú. Han hecho de la coincidencia un propósito mayor: sumar el distinto estilo de cada quien en un acto de presencia cultural e identitario, cuya elocuencia es el color pleno de vivacidad y cuya tesis es la identidad, plena de afirmaciones vitales. Si cada uno daba ya cuenta de su mundo personal y raigal, sumados los cuatro postulan una metáfora del camino que ha ganado el propósito de la diferencia, esto es, la convicción de un lenguaje culturalmente situado como una fe colectiva.
Los cuatro pintores aquí sumados tienen una larga carrera individual, hecha de exhibiciones y diálogos, de modo que cada uno por su cuenta ha dado pruebas de su talento creativo y madurez expresiva; pero al juntarse en una aventura de diálogo y convocación, sus propuestas adquieren nueva fuerza y sus preguntas se hacen más urgentes. Esta es una muestra que no nos dejará indiferentes al hacernos parte de su conversación.
Lo primero que se deduce de esta convergencia es que no sólo la experiencia migratoria sino la expresión artística hispánica, latinoamericana y latina, posee un aire de familia distintivo. Hay, en efecto, un lenguaje hispano en este conjunto, que salta a la vista como una celebración del color. Cada artista hace con los mismos colores un mundo aparte. Pero todos ellos convergen en la calidad sensorial, inmanente, y a la vez enigmática, de los colores terrestres vivificados por la luz. Todos hemos tenido esta experiencia: entrar a una sala del Museo y ver, de pronto, entre tantos cuadros, una llamarada, una pintura latinoamericana. No porque esta pintura esté signada por el colorido, sino porque está viva en su afirmación de esa temporalidad fluida que enciende la mirada con apetito y con asombro.
Pero, lo segundo y no menos importante, es que la suma de estos cuatro artistas demuestra su vocación raigal. Hoy sabemos que la experiencia de lo nacional se constituye como tal cuando la comarca forma parte del mundo. Lo raigal no es, por eso, el aislamiento ni el nacionalismo sino el cotejo y el diálogo. Al ser puesto a prueba por el exilio, por las migraciones, nuestras artes confrontan sus orígenes y se hacen lugar entre las miradas sumadas. Por eso es que la diferencia se sostiene con intensidad en estos cuadros. Los personajes de Healy, por ejemplo, corresponden a una suerte de expresionismo festivo, donde la calidad física de lo humano se da con humor vital, dentro del espectáculo de la música y la fiesta. La cultura chicana se demuestra como un modo de vida cotidiano y fecundo, gracias a esos músicos que parecen dar testimonio de su suficiencia. En cambio, Manta focaliza con objetividad sus manzanas para darles, sin paradoja, mayor intimidad. Sus manzanas están suspensas en la geometría del cuadro pero las sostiene la mirada del espectador, es decir, el asombro. Son manzanas que vienen de la naturaleza pero también son una cita del Paraíso y un tributo a Tamayo. Justamente, el artista nos dice que los frutos son una metáfora de nuestro paisaje pero también un alfabeto del mundo. Por su parte, Sejo utiliza el formato del "pop art" para recuperar paisajes y personajes del asombro cotidiano. Sus figuras forman parte de un carnaval caribeño tan lírico como evocativo. Sus actores del imaginario popular convocan una suerte de paraiso callejero, entre ángeles y frutos, retratos y caricaturas, que sugieren una juguetería del Caribe, encantado y suspenso por la infancia y el terruño. Y Díaz, por su lado, construye instancias imaginativas, que nacen de la experiencia concreta pero que la exceden con su emblemática nostálgica. Sus barquitos de papel, por ejemplo, son una representación tierna del drama del exilio cubano: logran demostrar la fragilidad de lo humano y, al mismo tiempo, la capacidad del arte de acompañar a esos desesperados. Díaz es un artista emotivo, que recupera en sus cuadros la subjetividad, y hasta sus ventanas son construcciones que historian los afectos.
De modo que Healy, Manta, Sejo y Díaz, sumados en esta muestra, nos entregan una imagen de su taller de artistas comprometidos con su tránsito contemporáneo. Esa actualidad es un testimonio que entre uno y otro cuadro construye una visión de la diferencia cultural y un estilo de la mirada latinoamericana, afirmativa de los valores de su tránsito y tributo.
De allí la generosa ofrenda de estos frutos y personajes, voces y miradas, cantos y rituales que buscan al espectador para celebrar la plenitud de lo vivo en la aventura de la forma y el color.
Julio Ortega
Julio Ortega
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